Entre las confidencias, entre las caricias del amor, el
hombre repetidamente ya la había advertido:
--“Un día, te comeré”.
Andando el tiempo, cuando las autoridades diligentes
rastreaban cualquier indicio, cualquier pista que ayudar pudiera al esclarecimiento
de la misteriosa desaparición de la mujer, no faltó algún vecino curioso y
oficioso que comentase cómo le había llamado la atención, de siempre, la
misantropía del, por el momento, único sospechoso; de sus costumbres
reservadas, introvertidas, de su silencio, su inusual bata blanca de cirujano
(que podría ser también la de un descuartizador carnicero).
En los anales de la apacible y pequeña ciudad ha quedado
relatado el extraño caso, que los más conspicuos investigadores imposiblemente
desentrañarán, jamás, ni siquiera cuando hayan recabado el apoyo del minucioso,
aunque lírico, H. Acebo, de acendrado origen medio céltico y rapsoda a sus
horas.
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