que no es desde luego lo que hacen los
imprudentes alevines del botellón o botellona, esto va por autonomías, es
costumbre española cuya prédica quizá esté de sobra si sólo la sustenta y/o la
produce la afición bobísima de malamente copiar, y con retraso, las puritanas
consignas del imperio que – no le ha dado tiempo tampoco – no entiende como
nosotros esto de la “priva”.
Para empezar, moderación es muy elástica
palabra, incapaz de acotar con la debida exactitud las variables cantidades de
alcohol que se pueden ingerir, y lo cambiante del efecto de éstas, sometido a
la condición, tamaño, edad, brío, velocidad, sexo, entrenamiento, etc. de los
aficionados.
Ya que no se nos iguala en tantísimas
otras cuestiones con las cuales otro gallo quizá nos cantara, puede ser un
desafuero, o una memez, intentar ajustar con franciscano rigor nuestras
costumbres a las ajenas, nuestros horarios a los ajenos, nuestras acreditadas
conclusiones a las poco maduras y atropelladas exigencias de los que pretenden
la imitación de los descendientes del Mayflower, gente con la que poco tenemos
que ver.
Muy distintos estilo y resultado hay en
el yanqui que se pone ciego de bourbon y cerveza, que ya es mezcla alarmante, y
el español que alterna fino y langostinos, chiquitos y bocartes, ribeiro y
queso de tetilla, pongamos por caso, con instintiva sabiduría y orientado tono.
Muy distinto desayuno hace aquél (porque
tiempo y dinero y distancia entre trabajo y hogar se lo imponen, y una cena de
más o menos seis de la tarde de la víspera) que el que corresponde a nuestro paisano
promedio, cuyo reparto es radicalmente distinto en tantos detalles. Etc.
Nos toca, esto sí que es castizo, los
cojones (y excusen el relieve de la expresión) la sosería inoperante con la que
a veces, entre series estúpidas de estúpida televisión y patéticos contagios
sin digestión previa, se nos pretende empujar a discutibles protocolos remotos.
Mire cada uno de por sí, con personal
responsabilidad de las consecuencias, y dejen de dar la lata los “enterados”
con tan sobrante y presuntuoso paternalismo redentorista.
Yo sólo digo que ya van pegando una margaritas en el mejicano de Campo del Príncipe...
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