En el largo y, en ocasiones imprudente, devenir de la
vida, ocurre con frecuencia considerable sucumbir a ese titubeo que la
tradición sesgadamente describe como el acto de mezclar “churras con merinas”.
Y conviene ser, en este extremo, cuidadosos porque ni es
lo mismo 8 que 80, ni más vale un toma que dos te daré.
Afirmo esto apuntalándolo con el ejemplo de que Ud. en la
misma jornada puede llegar a perfumarse con tres o más colonias distintas, lo
que parecerá un temerario exceso, pero nunca tan apabullante como el hercúleo
propósito intuido de un pájaro de pequeño formato, gorrión o así, que se posa
en una semicolumna para abarcar con su vista todo el ancho de la playa, todo lo
profundo del Atlántico y la nada desdeñable distancia que, una vez recorrida, lo
deposita a uno en el malecón de la Habana, o en Puerto Rico, en cierto hotel en
cuya esquina una tiendita de licores y ultramarinos es el escenario de
acreditada, enjundiosa y amistosa tertulia entre parroquianos que fueran ya a
modo de cofradía o casi secta masónica.
--“¿Dónde estás, amor?”
--“Aquí: en esta casa hay poco sitio en el que perderse”
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