Acaba de estrenarse en Madrid, eso del rompeolas, que ya
son ganas de surrealista y onírico carro zíngaro.
Dos o tres cosas ha dicho, algo insólitas en su
cuadrilla, que han encandilado enseguida a los noveleros, siempre ávidos de
cualquier imprevisto, por más pequeño que sea, que los ayude a remontar su
pasmo habitual, su mohoso y estéril nirvana, su “cuelgue”.
Esta heredera, realidad que ya la va lastrando, de los
infames manejos de sus antecesores/mentores, parece que no cuenta con muy finos
timbres personales- académicos-laborales, sólo que en nuestras crecientes
calendas decadentes nos tenemos que apañar son el saldo de los segundones, y
además los votantes casi que no pintamos una mierda, sometidos al mamoneo
electoral vigente.
Afirmo que si, contra todo pronóstico coherente, resulta
ser la persona decente que buscamos como aguja en un pajar, y le mete mano a
toda la plancha pendiente que acaba de asumir, yo seré el primero en voltear
mis campanas, derrochar el incienso y la mirra de los parabienes y elogios, de
los agradecimientos y vítores, de las gloriosas, laureadas, triunfales
alegorías con las que, por ejemplo, el Martini (figuraba en las etiquetas de
las botellas) solía ser premiado en certámenes internacionales cuando el mundo
conservaba todavía su “savoir faire”.
Dicho
esto, ramplón y mísero latiguillo de esas aves de corto vuelo que suelen ser
los llamados tertulianos de la radio, de la tele, así como los gacetilleros y
similares de la muy deteriorada, corrompida, sectaria prensa de papel, me temo
que Susana (sin diminutivo promocional ni ratón que la asista entre sueños
cerca del radiador) será, como suelen, otro decepcionante y frustrador camelo.
Otro gato por liebre.
Otra espabilada, típica de estos tiempos cuatreros.
Y, desde luego, algo bastante diverso de la estrella de
repente nacida que el pantocrator que rige a algunos aragoneses, en un rapto de
ofuscada, calenturienta e innecesaria cursilería pasada de moda, se ha lucido
diciendo que es.
¡Ay, Señor!
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