que ya van calificándote la condición, has arremetido,
alambique de envenenados complejos y de envidias sin digerir, contra Mercedes.
No te diré que causas sorpresa, porque ya hemos visto que
llevas años aniquilando con tu conducta y broncas redacciones el previsible y
decente propósito que, con tu bautismo, debieron concebir tus padres respecto a
ti.
Ninguna novedad. Hacerte un hueco en la literatura
(incluso si es de grandes superficies), en la transitoria notoriedad de ésta que
somos provincia del Imperio, con ordinarieces, chocarrerías, baratos
atrevimientos y “pasadas de pueblo” que cualquiera con facilidad puede emitir
por escrito, o llamar la atención con regüeldos y procacidades, no implica, en
principio, indicio alguno de meritorio talento.
Ser basto está al alcance de hasta los más petardos. De
ellos, sobre todo.
Pero, Almudena, qué feo despotricar, traicionar sin
modales la causa con la que tanto ruido vivís metiendo.
A ver si resulta que lo que te molesta es que Alaya,
capaz de tener inteligencia, valentía y apostura al mismo tiempo, trate de
eliminar la ingente mugre que los visiblemente tuyos han desparramado por
Andalucía.
Penoso que ser Grandes de apellido termine encharcándose
con el rollo rebelado y rojo, es decir, rastrerillo y relapso, de la comparsa,
de la horda, de los que por desgracia constituyen la parte chunga de los (míratelo
en el María Moliner, fácil que venga) siervos de la gleba.
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