Curioso que días después de que yo redactase lo anterior,
como si hubiera surtido un efecto de conjuro (que seguro que “para nada, oyes”), hayas asomado la
gaita para templar alguna aunque, siempre la adversativa, en tu conocido estilo
de intentar quedar bien mientras tiras la piedra y escondes la mano.
Y ahora vayamos a lo de hoy.
Las colonias
Siendo músico de gustos sencillos y de aficiones
aceptablemente leales, han transcurrido mis décadas en la costumbre de tres o
cuatro variedades del agua de colonia que comportan además una deuda de afecto
y gratitud defendida por mi tambaleante memoria, típico, con más o menos
surrealismo o, alternativamente, con la gallardía del señor de horca y cuchillo
que cualquier español bien nacido debería andar ejerciendo.
La más veterana puede que sea una que los pragmáticos
intentarán disminuir, calificándola de “colonia de abuelos”. Ignoran el tesoro
de recuerdos valiosos que “Varón Dandy” encierra, habiendo sido la casi única
colonia que mi padre, y tantos señores de cuando los había, usaron a lo largo
de su vida.
Puedo señalar otras dos, que siguen figurando, un montón
de años de vigencia, entre mis predilectas: Floïd Blue, de distribución dificultosa
o inestable, cuyo casual conocimiento obtuve del extremeño Martín con ocasión
de algunos escenarios compartidos; y la que ahora es también recordatorio
entrañable de aquel compañero bogotano, flemático y cortés, Latorre de
apellido, ilusionado “baterista”, inevitable seducido por algunos brillos
yanquis que acaso le llevaron a ser, como yo luego, cliente levemente asiduo de
Old Spice, es decir, para mi joven traductora, la “botellita de leche”.
No olvido el Agua Brava, con la que las huestes del Parra
podíamos perfumar el Parador del Ferrol del Caudillo (así se llamaba la ciudad)
y que arrasaba en los tiempos dorados de JJ y otrosíes madrileños, cuya, a la
colonia me refiero, volátil atracción llegó a incluir entre sus jóvenes
audacias semiinocentes cierta niña de Juan Bravo.
Ni quitaría méritos a otras referencias populares, o
exclusivas y finísimas que me ha sido dado experimentar: pero lo básico es lo
básico.
Y siendo esto de los aromas materia esencialmente
subjetiva, me río yo de los mohines de superioridad con los que, por encima del
hombro, han de dignarse contemplarme, evaluarme, suspenderme en los exámenes,
los árbitros de la elegancia, los siderales metrosexuales del diseño, los
“iniciados” y cosmopolitas de nuevo cuño, los vanguardistas mariquitas simples,
la larga y atildada fauna de los pollos pera, los petimetres…
Ya te digo.
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