Por eso se te tuvo; así que podrías hacer algo.
Recuerdo que convenciste/embaucaste a muchos, con tu
fácil y útil (por lo menos para tus propósitos) labia de mercader. Todavía,
aventuro que permanece fiándose de ti gran cantidad de ingenuos y de
bienpensantes que quizá se sintieran reconfortados si profirieses opinión,
directrices, recomendaciones aproximadamente sensatas (que sé que puedes y
andas escatimándolas) para ayudar a sacar el carro del atasco.
No así tu teatral, vanidoso y esperpéntico mozo de
espadas (hermano del que hacía los negocietes en la sevillana Plaza de España),
tan aficionado al anacronismo de los descamisados, a los que solía nombrar sin
explicar que casi nunca fueron otra cosa que los aspirantes a poseer lo que
tenían otros (fincas, trajes de alpaca, corbatas de seda natural, camisas con
las iniciales bordadas, coches de “alta gama”, visas oro o platino, o uranio
extraterrestre, mujeres de relumbrón, poder en suma, dinero sin medida, mando
en plaza, qué colección de elementos ambiciosos, de ávidos insaciables), los
ansiosos de aquello que había que disputar, usurpar, asaltar; de aquello de lo
que había que apropiarse con métodos de desafío tabernario o de despojo impune,
porque la envidia y la codicia son como sabemos que son.
Y, en cambio, más rudimentario, básico, también más
coherente a la postre, no oblicuo ni cínico ni deslizante, se manifiesta, esto
de manifestarse es una fiesta, Corcuera, y va y dice lo que tantos camufláis
porque el invierno es largo, Bambi.
Pero tú hiciste tu juego. Me da que siempre.
¿Por qué mojarte ahora?
Anda ya, paisano.
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