Ni mi declarada
y acérrima afición al cine me ponía a salvo de la tentación de levantarme del
asiento y abandonar la sala.
Que mi
condición de sufrido espectador me haya hecho resistir hasta el final no hace
menos imperdonable este disparate de carnaval grotesco y desaforado que resulta
ser “Bitelchus”, y que tiene toda la pinta de haber derrochado un importante
dineral en trucos, reparto de figurones, etc.
A Tim Burton
le gustan las cosas raras, si tenemos en cuenta algunos de sus antecedentes.
Pero es imposible descifrar con qué propósito se están fabricando estas
costosísimas tomaduras de pelo que, a la postre, terminarán por volvernos
cautelosos hasta los extremos más disuasorios y desconfiar de (ya lo hemos
apuntado en estas líneas) lo que nos espera.
No valdrá la
hipocresía con que presuntos entendidos quieran darle a estos bodrios el fuste
del que carecen, el diploma apócrifo de vanguardias del divertimento y demás
etiquetas ocurrentes y pasotas: ni pies ni cabeza.
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