Aunque con
insistencia (y tiempo y extraordinarios recursos) el Estado haya ido amoldándonos
a los usos y efectos de la corrección política y sus hipocresías, el tema -como
se dice- “se nos está yendo de las manos”.
Y con mayor
frecuencia, el paisanaje va hablando de lo que
pensamos unos con otros, aunque muchos todavía remolonean en el disimulo
porque está la moda del buenismo que es lo que mola, lo que queda bien: me
refiero a lo de no tomarse la justicia por su mano que quizá es modo de hablar
popular, también algo rústico, que mejoraría si dijésemos “por propia mano”, pongo por ejemplo. En todo caso, pasando de los
detallitos sintácticos, prosódicos o los que sean, todo el mundo entiende la
idea que, por cierto, no anda lejos del concepto de “defensa propia”.
Que sí, que
la opción de vivir en la selva es peligrosa. Como también aspectos de vivir en nuestra
sociedad presente tienen tela, telita, tela. Pero si el Estado (con la pasta gansa
que, más por obligación que a satisfacción, cuesta financiarlo) pretende que nos
sumemos con gustosa convicción a los postulados vigentes, tendrá que
defendernos él, y hacerlo bien y sin tardanzas impresentables, tendrá que
garantizar un funcionamiento que, por desgracia, está a años luz de la
realidad. Ojo, políticos, ya vale de chuleo.
Con criterios
cuya liviandad y ocasional frivolidad no parecen tener justificación bastante,
se vienen redactando y poniendo en marcha las que llaman leyes garantistas, con
derivadas, con agujeros de imprevisión, con imprudencias que terminan facilitando
el crecimiento del número de delincuentes de todo jaez y además, demasiadas
veces, la casi impunidad de los reincidentes, cosa inaudita que rebaja y/o
anula el respeto debido. Conque estamos en el más desorden y más abuso.
Urge revisar
el código penal, no tanto para la boba simpatía populista sino para la
eficacia. Porque la policía hace lo que puede y normalmente los jueces, aquello
con lo que se encuentran; y no se trata solamente de poco presupuesto y pocos
medios.
Cuando no, el
sentido -el sentir- común de los millones de pacientes afectados, fijo que se
desbordará. Que no se pongan moños los suavones ni los meapilas, por más que no
sean los tiempos de Fuenteovejuna.
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