de
preocupación fundada debe, oh Bego, inquietar los sueños que, imaginamos, se
deslizan, flotan, insinúan sus posibilidades en esa que no queremos calificar
de “cabecita loca”.
Porque ¿cómo
suponer que tu sátrapa predilecto, mientras exonera (por su personal y
exclusiva conveniencia) tantos imperdonables crímenes y delitos de cuya
vergüenza y escándalo nuestro mapa a diario se abochorna, va dejarte, ni
pensarlo, en una estacada? Lo de menos es si lo hace por unos afectos y
enamoramientos que, tratándose de él, más suenan a teatro y ficción, o porque,
compañeras de viaje, muchos de los talones de Aquiles a todos nos conocéis, y
en tu caso podrían transformarse en denunciante munición que del oropel y el
pedestal lo derribarían, no ya ante los escarmentados que ya lo están, sino
ante los falsos ciegos, que como paniaguados dolosos siguen aplaudiéndolo.
No por
cierto. Que antes asistiremos a cuantos remiendos chapuceros de la indignidad
se añadirán a nuestros códigos para que cualquier cosa que haya habido, se
declare por decreto inexistente y abolida, calificada con riguroso desparpajo y
caradura de espejismo al que sólo la mala intención opositora da cabida.
Que del
carácter maleable, camaleónico de los tribunales, de sus compromisos, servidumbres
e hipotecas, la a menudo indefensa carne del ciudadano ya tiene muestras abundantes.
Así que “no culpes a la noche, ni a la playa ni a la
lluvia”, que canta, que dice ese Luis Miguel, exitoso cantor, pariente de
la bellísima Podestá/Helena de Troya de nuestros pecados: “Será que no nos amas” y por eso andamos cavilosos y un sí es no es
desconfiados.
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