La cosa iba
así: el repertorio, las canciones no eran, si se quiere, ambiciosas, ni
obligación que hay de que lo sean. Pero, con buenos resultados comerciales,
tenían estructura, melodías guapas y cómodas y un acabado impecable, limpio, en
cuanto a sonido, interpretación, etc.
Si el
trabajo, el resultado no se tomó en serio por según qué críticos de esos
refitoleros y exigentillos, pudo ser también porque quizá hubo un cierto desdén:
“¿un grupo de chicas?”
Pero estaban
en los 80, y era su mejor época.
Luego, la
imagen. Flanqueada por tres bigardas convencionales, chicas USA promedio sin
especiales relieves, en el centro fulgía la cuarta, la joya pequeñita, la
morena de los rizos zíngaros, la brujita deliciosa de cuyo timbre de voz, de
cuya mirada (¡qué manera de mirar!) no había forma de desengancharse.
Así que se le
pusieron celosas -harto motivo tenían- y ahí, a The Bangles le salieron los
desajustes que son un clásico en los grupos musicales.
Pero es una
gozada ver ahora, recuperar por internete a la Susanna Hoffs de aquellos días,
soltando todo su encanto inapelable al cantar “If she knew what she wants”, “Manic
Monday” o enfundada en su romántica veste negra contrastada por la camisa
abundante de chorreras, para “Eternal Flame”.
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