Cada
año, creemos imposible que el catálogo de miserias que exhibe Eurovisión pueda
ir a peor. Y volvemos a equivocarnos.
El
vestuario de los intervinientes tiene ingredientes llamativos de disfraz
delirante, de saldo de trapos extravagantes y gratuitos, cuyo único fin parece
ganar el festival con la consigna de “a ver quién disparata más”.
El
alarde tecnológico de luces y efectos se queda en el frecuente abuso y una
discutible “creatividad” que compite con el carácter disuasorio y disperso de
los bailarines frenéticos y a su bola que rodean casi todos los temas
presentados.
Y
las presuntas canciones a examen:
Lo
que debía ser música no existe; y las letras se despeñan por la sima abismal de
pavorosas posiciones con tintes ideológicos y demás tontunas.
Lo
más relevante del asunto seguramente está en la deriva de ignorante
atrevimiento de los “analistas” y pontífices similares, y en la esponja de
zafiedad y gregarismo sin paladar que le vienen pasando a eso que queda de lo
que eran los espectadores, el “distinguido público”.
-¿Son más amenas las elecciones de los
políticos?
-Igual sí.
Pionono es mayor y gruñón por demás. Tal vez por eso hace décadas que no me despierta ni el más mínimo interés esa exhibición de vulgaridad y falta de talento. Un abrazo desde la sierra madrileña.
ResponderEliminarLo importante era decir "soy zorra"
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