domingo, 24 de diciembre de 2023

La cuestión capilar, al filo de la nochebuena

 

De entre las diferentes coqueterías que lo comprometieron y cuyo discreto disimulo obtuvo fracasos considerables, no es la menor la observancia (semilitúrgica) del pelo.

Fue atreviéndose a dejarlo crecer, amparado en los ejemplos que, como todos los de su generación, recibieran de una “nouvelle vague” francesa que pronto cedería su liderazgo al empuje estético/social que, actitudes incluidas, supusieron los jóvenes músicos ingleses y americanos del norte (del norte de Méjico y el sur de Canadá, situémonos).

Ayudó a ello la comprensión materna y la aceptación “a regañadientes en disminución” que la paciencia paterna concedió a tal símbolo de independencia en los criterios, a esa señal de rebeldía con minúsculas en su caso, que en los jóvenes se iba extendiendo en los 60 del XX. Pero de antes, ya andaba marcado por la fantasía y la estética heroica y convencional de los mosqueteros de Dumas, favoritos en la lista de sus mitos y lecturas.

En este año último, cuyos artificiales y tumultuosos fastos navideños vuelve a rehuir, un corte drástico e inédito, aventurero y temerario casi, y la posterior revisión de Maritere han arribado a una distribución capilar que matiza con notable éxito el desgaste inevitable, proporcionando un estilo entre Christopher Walken y Donald Sutherland, un corte, un aire, que deberá salvaguardar, en orden a los deseables equilibrios emocionales, que tan frágil consistencia vienen mostrando.      

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