Con
regocijo, con esperanzado júbilo celebramos este principio de temporada de esa
Fórmula I que demasiado tiempo tuvo entorpecido a nuestro piloto predilecto. Y
no por su temple, del que no ha dejado de dar muestras, ni por la calidad de su
oficio en el que también lo fortalecen y hacen sabio los años de veteranía.
Al
lado de los nuevos participantes, cuya pericia y ambición con legitimidad se
esgrimen, a este campeón de nombre que suena a hierro (“Don César, Don Rodrigo, Don Fernando”, recordad los versos), no le
hace falta “un escudero dócil” sino
un cochazo estupendo, tal como parece el nuevo Aston Martin, para “relatar sus hazañas” y avisar -el que
avisa, no es traidor- de su valía.
Alonso
nos reverdece la ilusión, por tantos asuntos maltrecha, con un puesto en el
podio que deseamos y esperamos sea el primer paso o peldaño para escalar los
dos restantes y adueñarse otra vez, que bien lo merece, del cotarro.
Volvemos a estar todos ilusionados. Esperemos que el coche responda.
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