siglo
XX, cuando era impensable que llegaríamos a la basura de Bud Bunny y otros
mutantes de su calaña, Procol Harum se
destacó como un perro semiverde que tenía en la calidad y el algo misterioso
repertorio una propuesta muy interesante para los aficionados.
Que
su relativa rareza, o diferenciación, fuese un estorbo para calar pronto en las
mayorías, no impidió, ahí la paradoja, que con éxito extraordinario e igual
mérito se difundiera la Blanca Palidez, que a través del tiempo ha seguido
ganando en admiración compartida y prominente referencia musical.
Pero
había más canciones de fuste. Y puede que el ejemplo más interesante fuera “A
salty dog”, de dramática solemnidad, de sugestiones navegantes, cierta decadencia estética en el relato, recia leyenda
indirecta y música de excelente intención.
Del
texto de ésa y otras muchas, fue autor Keith Reid, ángel, quizá tenebroso, en
el ángulo, secreto astrolabio de aquellas singladuras, quien ahora descansa, o
sigue escribiendo, ya en paz.
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