Sé que eres blanca y gris. Mi daltonismo
ni en sus altos desvíos me consiente
más interpretaciones fantasiosas.
Y, en contra de tan llana realidad,
no sé qué antojo me empuja a llamarte,
o a imaginarte, síntesis de plata.
Eres sin más la habilidosa dueña
del aire y las corrientes que lo agitan.
Nos ves a todos: la casa, el jardín,
la arboleda silvestre, ahí delante,
bregando con las cañas y las dunas.
Y lo mejor de todo: esta hermosura
del agua que se riza y que resuena
y que lo abarca todo al extenderse
de América feraz, impetuosa,
hasta estas piedras romanas que en Cádiz
bien pueden presumir
del aparente arte ingobernable
que un esqueleto de Historia sostiene.
Etcétera.
Desde aquí se te envidia
-según los días-
ese lujo en tu vuelo, gaviota.
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