Al
lado de nuestros ceporros políticos y dejándolos en su intoxicada miseria, cabe
(y esto es la infinita variedad del mundo) el virtuosismo de Alan Gogoll, quien
entre arpegios, armónicos y pizzicatos, de la mano izquierda, con habilísima y
limpia digitación, pone en evidencia a numerosos guitarristas y nos ayuda a
admitir con humildad consecuente los porqués -que no sólo la artrosis- de una
retirada a tiempo.
Además
de esa generación de nuevos deportistas que a diario encandilan a las masas,
están asomando oleadas de músicos de asombroso nivelazo. Y si no corresponde lo
que sería orgullo, de muy problemática
explicación, sí en cambio procede la
satisfacción como aficionados y espectadores.
Una
cierta dosis de autoestima, por suerte, siempre eliminó la envidia de mi ánimo,
al que acaso aquejen otras menguas. Por eso afirmo aquí que con este maravilloso
instrumentista, y tantos otros, sólo se puede experimentar una jubilosa
admiración.
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