Cuando
el vehemente y transgresor de rubio pelo indómito se vio más de la cuenta
desacreditado por sus manejillos y desplantes, y lo que saben todos nuestros
tertulianos “como no puede ser de otra manera”, el circo
de los britanos determinó como sucesora en el timón a esta señora que, fugaz
falla valenciana, se consumió apenas en el protocolo de las exequias de Isabel
Regina, y poco más: un tropezón con las cosas del dinero, y ya está fuera de
ese famoso “conventillo” de Downing Street.
Gloria
efímera, ahora, a toro pasado, a vaca pasada, no es imposible reconocer que
algo desteñida ya parecía y que no está el estanque de los tiburones como para
nadar confiadamente y acaso con no demasiado entrenamiento.
Que
mal de muchos no es arreglo para nadie, pero lo que sobre todo estamos viendo
-y sufriendo- es esta cuadrilla de gobernantes de tres al cuarto, como una
señal, entre tantas, de esa decadencia general que es lo que menos conviene a
los tiempos que se nos vienen encima: una política que también bulle como una
feria de las vanidades con canijos dirigentes aquí, allá, por doquier, que se
dice; sin excepción de los “lumbreras” gélidos y áticos instalados en los
despachos superdecisorios de la dizque Unión Europea, multiplicadora de gastos
y chorreante de burocracias que todo lo entorpecen y muy lentamente llega,
cuando llega, a soluciones en sus farragosos “concilios”.
La
gente va tragando. Pero se le va poniendo carita de gallina de huevos que ni de
oro le quedan, en las manos desconsideradas y delincuentes de esos payasos
inservibles.
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