Que
no se debe tomar la justicia por propia mano. Que ello nos llevaría a la selva
o al “farwest” de las pelis.
Pero
ocurre que los ordenancistas que tal recomiendan omiten, o van a contrapelo de,
una realidad, que no para de crecer: la justicia oficial, sobrevalorada y al
tiempo impedida de sus infinitas rémoras, nos está protegiendo poco y mal; y
tarde. Y aduce como excusa que sólo aplican la ley y que dice esto y aquello.
Pero
siempre queda al juez la interpretación. Y queda que los legisladores escuchen
el escándalo que provocan al no reformar los códigos con lógica no perversa,
con mero sentido común, y no parece que eso les interesa. ¿Lentos burócratas
pringados y a salvo de las salpicaduras?
Nos
han teñido con la moda de la “piedad peligrosa” que sólo beneficia a los
delincuentes. Para casos singulares, existen los “indultitos” que ya es
recochineo.
Pero
la indignación y sus motivos subirán de grado; y las anécdotas, de número. Hasta
que resulte imposible frenar el efecto y, cansados de manipulación y anestesias
embotadoras, cansados de injusticia, algunos, que van a ser muchísimos, echen a rodar -hasta el fondo-
estas fichas de este falso dominó, este cáncer al que parecía imposible llegar.
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