Algún romántico añejo
de iluso y confuso espejo
debió pensar cierto día
-o sentir, que es más porfía-
que sin ti no giraría
el mundo que conocemos.
Y ahora vemos
que perplejo, estupefacto,
y en extremo extraviada
esa brújula cifrada,
cuando ya se desvanecen
los ruidos y las nueces
de tus funerales actos,
comprueba con desengaño
la verdad demoledora:
que no importa qué tamaño
se tiene cuando la hora
irreversible ha llegado.
Y contra todos los hados,
hoy tus restos, donde yacen
(en el féretro emplomado
que tu corrupción demora
unas supletorias horas)
se deshacen
asistiendo a que el futuro
con implacable conjuro
dará olvido a tu pasado.
Somos apenas el polvo
-aunque fuere “enamorado”-
que cambia de sitio el viento;
y los más nimios de todos,
los que escribimos los cuentos.
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