Seis décadas se cumplen de tu muerte
que “las redes” recuerdan estos días.
Con la joven edad que yo tenía,
esa jornada de tu mala suerte,
está claro que fuera un imposible
calibrar bien, en su justa medida,
la dimensión sensible
de aquella no prevista sacudida.
Pero como un asunto que la niebla
del tiempo, cosa rara, no deshace,
puedo recuperar el desconcierto
-absorto en mi pupitre de la clase-
que me produjo, inaprehensible y vaga
y por sorpresa, la noticia aciaga.
Que todo pasa.
Porque a fondo aprendemos
lo transitorio de toda certeza,
¿cómo es posible este indeleble extremo
del vigente esplendor de tu belleza?
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