No pretendemos ser
heraldos de un linaje nobiliario
ni imágenes de un sobrio balneario;
sólo que al cabo del atardecer,
cuando el calor inflexible remite,
parsimoniosamente nos sentamos
en sendos butacones amarillos
para pasar un rato en el jardín
sobre el que caerá la noche al fin.
Luego ya sé que cantarán los grillos
pero ahora, en el “coche parao”
que decía la señora Clotilde,
vemos pasar frecuentes transeúntes
que a veces nos darán para un apunte
al través de la tapia de cristal.
Muchos hay que pasean
domésticos “perretes” con correa.
Y algunos son, somos, habituales
-y sigamos así, que más nos vale-
de este rito, sin casi, elemental.
Y hacemos bromas bobas, fantasías
igual que personajes que Paul Simon
creaba o inventaba en su canción,
la de aquella pareja en autobús.
Aunque en esta ocasión, hay un idiota
que nos pide quitarnos la corbata
conque no habrá ni cámara ni espías.
Os he dejado pistas. Y ahora sí,
ya voy dejando de daros la lata.
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