Ufanas
por haberse sacado de la manga una etiqueta que creyeron manejable - “violencia
machista” -, la Belarra, la Montero y
las otras y las oltras, se dan de morros con una dificultad que seguro
soslayarán con la arbitrariedad descarada que las caracteriza: porque no
conviene, claro es, llamar “violencia feminista”
a la que ejercen, afines, igual de delincuentes, mujeres contra mujeres.
Así
que ¿cómo hacemos? Pues que sea “violencia de
género”. ¿Del género “femenino”?
No, no, faltaría más. ¿Violencia “intrafamiliar”?
Tampoco, suena demasiado a VOX. ¿Violencia a secas? ¿Fina y segura? Qué dilema.
Y
por si fuera poco, ahora se ve que te puedes declarar varón o mujer a capricho,
con muy poquitos requisitos que cumplimentar, lo que añade una nota de vistoso
folclore a lo que ya habían vuelto de suyo un paradigma de confusiones y
ambigüedades.
-Desnortadas, te digo yo que es lo que son.
-Ni se te ocurra decir eso.
-¿Y entonces qué, los ángeles sin
Charlie, las niñas de la curva?
-¡Pobres criaturas!
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