La
explosión vacacional, la válvula de escape necesaria a tanta presión acumulada
y a tanto confinamiento, restricciones, alarmas… ¿Quién las pondría en
cuestión?
Pero
lamentablemente ocurre que nos pillan en
esta penuria de inflación criminal y desbocada, de estos salarios (cuando los
hay) marcadamente canijos, etc.
Cabe
alguna reflexión. Fiesteros que somos, durante décadas ha sido fácil seducirnos
con el espejismo de que también nosotros éramos un país rico. Mientras se ha
disimulado una administración pública corrupta, derrochona y calamitosa que
desde luego malogra las posibilidades de ese sueño.
Conque
rico, relativamente, moderadamente y sólo si se endereza el rumbo. El rumbo de la
economía, aquejada del atraco a mano armada al que se nos somete con abusos que
pretenden “explicarse” -y de modo inútil- como inevitables en un mercado que es
libre, pero sólo para el “pez grande que se come al chico”. El rumbo de los impuestos descomedidos,
malgastados a menudo en asuntos turbios. El
rumbo del paro, por mucho y costosísimo que se parchée. El rumbo de la información tramposa,
concentrada en desviar la mirada crítica que pondría de relieve la incapacidad
y la pésima condición de los políticos.
El rumbo de la “educación” que, ya desde el “cole”, anula la exigencia, el
esfuerzo, los filtros que precisan los alumnos. El rumbo de la controversia envenenada con basuras ideológicas. El rumbo de la inseguridad +
delincuencia. Y sigue. Demasiadas cosas pendientes de corrección.
Lo
que nos pilla, por desgracia, no
tiene además nada de coyuntural,
nenes.
Acuérdense
los frívolos que por la “tele” comentan todo eso con disperso y apresurado
estilo, como si fueran anécdotas festivas, del cotilleo. Los mentirosos, los
disimulones, los tunantes.
Acuérdense,
acordémonos, estos ciudadanos que somos, tan manipuladitos, tan infantiles,
encantados no con la lectura del libro, sino con las “estampitas”.
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