Sin
una dosis considerable de sarcasmo, no cabe atribuirle una intención pedagógica
a “Cachitos de hierro y cromo”.
Pasarela
y recordatorio de lo peor de la canción popular de consumo, persiste
contaminándonos la memoria con la lista innumerable de las horteradas y las “movidas”
de falsa y patética vanguardia con las que se ha nutrido, deformándolo, el
paladar del público. Echándolo manifiestamente a perder durante años.
El
programita exulta sin pudor en la arqueología del morbo. Y además es claro que
no se propone un arrepentimiento colectivo ni la penitencia correspondiente,
mientras hace ese infinito repaso deleznable de los cuanto más exagerados, más
ridículos y “torpes aliños indumentarios”
que exhibían en escenarios y platós de televisión los intérpretes y
monigotes de modas que naturalmente tienden al apolillamiento de lo efímero.
Y
como los guionistas encargados de glosar las imágenes se empecinan en sus
frustrados amagos de soso y gélido simulacro de humor (y a sabiendas de la
realidad de “este mundo caprichoso, superfluo, absurdo y banal”), hay que
adoptar algo de la mirada del entomólogo para asistir como espectador desolado
a “Cachitos”, ese lote que tanta miga tiene.
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