Impulsada
por el afán de modernidad y a remolque de los escrupulosos protocolos anticovid
que nos recomiendan seguir nuestros “ejemplares y coherentes” mentores de la
cosa pública, en más de una ocasión me encuentro la carta del restaurante
suplantada por un laberinto de manchitas que requiere, en su abstrusa
complejidad, en su arcano infinito, ser descifrado por una de las habilidades
(que llaman aplicaciones, creo) que incorporan los más espabilados teléfonos
móviles.
Como
el que me presta servicio, sin llegar a ser contemporáneo de Melkart, ya tiene
sus añitos, han sido Maritere e Irene, respectivamente, en su papel de
comensales adjuntas, quienes me han facilitado el trance, rescatándome de mi
ancestral burbuja clásica y poco dada a los artilugios de incesante renovación.
Nos
inundan exigencias apremiantes de puesta al día con los modos y modas de la
cosa global y digital. Los últimos mohicanos sabemos que la resistencia será
implacablemente arrasada, borrada de la faz de la Tierra y de los anales de la
Historia con desconsideración y métodos de estilo nazi y/o comunista.
Por
ahí he leído que, si al coche de Batman le dicen “batmóvil”… ¿cómo se llama su
teléfono?
Por
cierto, ¿queda alguien que alcance a recordar cuando, de niños, rezábamos
alguna plegaria antes de irnos a dormir?
Por supuesto. Y de cuando la rezaba con mis hijos (Jesusito de mi vida...)Pero todo eso fue el siglo pasado, cuando Pionono fue joven (que lo fue)
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