La
Gordita de los Pupitres
(quien
os presenté el otro día)
me
interpela desde el salitre
con
tonos de amable cortesía.
Opinando
que mis escritos
a
veces se tiñen de arcanos
y
en vericuetos inauditos
quizá
se me van de las manos.
Y
en personajes misteriosos,
desconocidos
del lector,
que
transitan, polares osos
por
hielos de ártico fulgor.
Y
con veladas alusiones,
con
alias y otras fruslerías,
la
ficción y sus explicaciones
se
descuidan en la fantasía.
Su
reflexión tiene detalles
que
sin ambages admito
con
música de pasacalles
y
coherencia de rito.
Y
tal vez el lector sagaz
como
un consumado duelista
me
consienta con mi disfraz,
rastreándome
la pista:
que
el solaz en la palabra
se
encuentra en su eufonía.
Y
que el argumento se entreabra
en
un cáliz de malvasía.
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