lunes, 20 de septiembre de 2021

Lo que queda de noche

 

El volcán, como toda catástrofe, impone la ruina y la desgracia a numerosas personas de cuyo sentimiento presente, con seguridad, sólo estamos siendo un consternado eco, impotente y triste.

Escuchar que “no hay que lamentar la pérdida de vidas humanas” no deja de ser una drástica, cruda, descarnada noticia; sí, desde luego, “mientras hay vida, hay esperanza”: desesperada esperanza, cabría añadir.

Y mientras, los insensibles, los insolidarios, los inoportunos y los  imprudentes -¿almas de cántaro, corazones de alcornoque?- se embelesan a lo bobo en lo que el fenómeno tenga de no negado espectáculo y/o lo emplean como decorado y telón de fondo de su “aventurera” y sonriente estupidez “selfi”. Que no nos asombra, criado como está este público en las ordinarieces y los embotamientos del consumo y los programitas de mayor éxito por televisión.

Mucho peor queda un cargo oficial, por más que rectifique, cuando clamorosamente “patina”. Y en esto andamos, espectadores de una interminable pasarela de meteduras de pata, que otra cosa no cabe esperar de esa colección de imbéciles y bocachanclas que (SOS) tienen en sus manos, torpes y a veces sucias, el timón de este barco nuestro.

(Frente a mí, por la ventana, la luna llena. ¿Comprendemos, aprendemos algo?)

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