domingo, 4 de julio de 2021

Una tradición

 

Con la soterrada, o manifiesta, intención de un imposible desquite, con el encono del frustrado veraneo anterior que mucho tuvo de simulacro y de asustada congoja, queriendo creer que todo, o lo peor, ha pasado, han redoblado su furia en la presente temporada y van cayendo sobre el litoral en oleadas de lo que primero se llamaban forasteros y luego veraneantes y, ya puestos, turistas “de por junto”.

Tienen un aire de tramoya peregrina, de voluntariosa aunque desorientada querencia por la playa y el sol, esos dos fantaseados talismanes que debieran rescatarlos, al menos de manera provisional, de sus ominosas rutinas urbanitas.

Que penda sobre ellos -espada de Damocles- la fecha perentoria del regreso inevitable no parece en principio inquietar sus conciencias, disuadirlos de pueriles repeticiones; y así, se les ve pasar por el trillado itinerario, como carromato de zíngaro, cargados con la impedimenta de rigor, esa quincalla colorista de tumbonas, sombrillas, pertrechos en teoría protectores contra el peligro de la obstinada exposición al rayo ultravioleta o ultra lo que sea, recipientes de tamaño diverso que contienen las vituallas convencionales para la jornada excursionista que coronará el lento, desganado, agotador retorno, rebozados en arena, al automóvil ardiente, presagio ya de la realidad comprometedora…

-Qué visión, tú…

-Ya; pero algo tendrán el gregarismo, los atascos de “días punta” por las carreteras más el precio usurero de la gasolina, etc. cuando tan seductoras cosas los hacen coincidir.                 

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