El
maniquí mariquita
que
sigue con la batuta
(pero
no da la carita
porque
perdió la disputa
en
la que, importuno, entró),
anda
de capa caída
y
se enroca en otra huida
esquivando
de momento
a
la prensa y las preguntas
que
no le pondrán contento
y,
cobarde, se barrunta.
Y,
fiel a sus malas artes
de
menda tramposo y memo,
va
y le descarga al Supremo
todo
el marrón y el encarte
de
solventar el siguiente
tramito
de la pandemia.
El
personal, impaciente,
la
economía en su anemia,
¿seguirán
con mansedumbre
y
ya exánime costumbre
votando
a tal mariquita?
O
-sólo es un futurible-,
¿pedirán
a Santa Rita
que
resuelva este imposible?
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