Porque
era el más cansino y el más bocazas, y los vecinos durante mucho tiempo
prefirieron la moderación, o la tibieza; porque no quisieron escarmentar con
ejemplos precedentes de muy similares características y consecuencias; por
cobardía ante la agresividad y el tono amenazador, intimidatorio de sus
diatribas, se le fue permitiendo, con tales dejaciones y omisiones, gallear y
extender la sensación de que, siendo el matón del barrio, toda tropelía y
atropello le correspondían en exclusiva por “méritos” de mafioso cum laude.
Así
que cuando sintió que empezaban a responderle con el mismo formato de piedras,
siquiera dialécticas, cuyo monopolio, de manera ventajista, había ejercido
entre bravatas impunes, se revistió de hipocresías y fingió ofendidos modales
que camuflaran lo rastrero de su retirada melancólica, la sorpresa de topar con
la horma de su zapato al escuchar, esta vez para sí, como un eco, su no tan
lejana frase despectiva y altanera de “cierre
la puerta al salir”.
¿Violencia
y odio en un cartel en el “metro”?
¿No
los hay cada dos por tres en las calles destrozadas, incendiadas de los
catalanes separatistas?
¿En
los brindis de macabro compadreo con los colegas de las tabernas siniestras de
la subversión vascongada?
¿En
el método perverso de los que se quieren cargar la Nación, sentados y cobrando
en el Congreso?
Hay
una lista pendiente. Larguísima.
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