No
está claro.
Vaya
que la dicción confusa y embarullada parece tener un origen psicosomático, y
con suerte tendrá un arreglo de logopeda.
Luego
está el manoteo incesante, frenético, desbaratado sobre la mesa, como de títere
de guiñol que nadie entre bambalinas controla.
Una
cosa con otra, descartando las palabras que no se entendieron por el problema
fonético, todavía permanece lo ininteligible de unas teorías afirmadas con
fanática y enfática SEGURIDAD, con lo peligroso que es eso, y lo que
desautoriza y pone en entredicho.
El
Hipocampo, ecléctico, con prudentes corcheas de duda en su partitura, sin
decidirse entre los negacionistas y los otros, se queda con la impresión de que
en este rutilante “estrello” de los escenarios han reencarnado, con dispares
influencias, los espíritus de Dalí, Ruiz Mateos y Jesús Gil, que en paz
deberían descansar y se ve que no.
Y
ahora se explica que, años atrás, Bosé colaborase con tantos bienaventurados en
aquella estupidez coral, de gesto e intención: el tablaíto de palmeros de “LA
CEJA”.
Qué
bochorno, Papito.
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