Con
alto escándalo y casi insuperable repercusión, la emisora especialista del
cotilleo en la “tele” nos hace llegar, estas semanas, el espeluznante relato
que faltaba para redondear la noticia de una sonada y larga peripecia.
Los
numerosísimos casos que se ven reflejados en tal relato ponen de manifiesto la
extensión de esta variedad particularmente repugnante dentro del arco criminal
que machaca nuestra sociedad y nuestra convivencia.
Y
por encima del tufo mercantil que acompaña siempre la difusión de estas
desgracias, cabe subrayar un aspecto, no el menos perverso, del mosaico:
Durante
veinte años, la legión de avezados entrevistadores y periodistas con o sin
comillas, con o sin cartilla, se tragó sin pestañear, o lo fingió, lo que ahora
resulta una gigantesca patraña. ¿No se comprobó nada? ¿Nadie verificó semejante
aluvión de truculencias?
Habrá
que concluir que de manera interesada, es decir culpable, todos o casi todos
hicieron la vista gorda, no tanto confundidos por la burda maniobra de un
manipulador como complacidos en el regodeo asqueroso del morbo y en la idéntica
afición linchadora del público consumidor.
Y
más, que dicen que la cara es el espejo del alma, no siendo posible que pasaran
desapercibidos los rictus, los gestos, la hipocresía, el cinismo y el sarcasmo
de falsa autocompasión y retorcidas sonrisas en unas acusaciones donde sobraba
teatro y abundaba el más ladino y fariseo de los estilos.
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