Todo,
patas arriba. Difícil, seguir, reconocerse. Como si el ya nombrado “twist of fate…”
¿Qué
fue de lo que ayer (no, hace más tiempo: y aun así) era la vida?
Los
dulces “lumumbas” en Clamores; las galletas y el ron que, en las mañanas,
coronaban los desayunos del Caribe en la Habana, a los dos claros de ojos
altos; aquel profundo “bourbon” capaz de hacer brillar tantas oscuridades…
El
ascensor apasionado del hotel; la buhardilla de las maderas… Los motivos que,
como drogas, nos volvían jinetes de la ilusión resplandeciente, el fácil y
fecundo germen de canciones que surgían y seguían, al caer sucesivo de los
calendarios, dando de sí la enredadera sugerente de las notas y las palabras.
Ahora
trae el presente un relente de lucidez desengañada; la exigencia de los
retrocesos; la creciente marea del “avive
el seso y despierte” de la que el conocimiento de siempre ya nos prevenía.
Lumbalgias ocasionales; la Campos en su autobús acristalado; el (como le dicen
ya a cualquier cosa los chavales) puto virus.
Y
también mis gestos, mis actitudes, tan iguales a los de papá. Incluso una
tercera toalla para mejor secar el cuerpo, tras la ducha.
-¿No es de este mundo tu reino?
-Quizá nunca lo tuve.
-Pero cuentan de un sabio que, un día…
-Ya ves.
Dolorosa nostalgia de juventud
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