Ya
había un considerable recelo con el tema de las vacunas. Desde que llamarlas de
ese modo no parece un prodigio de precisión y huele a camuflaje de lo que sea;
y que la palabra sirva para entendernos con más familiaridad (los profanos, que
somos/son casi todos) puede ser, si añadimos otra vez el plus de buena fe que
tan a menudo nos ha sido defraudado. O sea, si no escarmentamos.
Rematando
inseguridades, se suspende ahora cautelarmente una de las marcas en danza, a
tenor de casos de efectos colaterales muy adversos sobre cuyo número y gravedad
hay sospechosa desigualdad de opiniones. Y quizá el criterio de aplicación, el “protocolo”
de prioridades también tuvieran y tengan algún (incluso si menor fuere) matiz a
debate.
Así
las cosas, desde luego que corresponde reprobar con todo rigor la conducta de
quienes se han colado, de los frescos ventajistas que se han saltado los turnos
establecidos. Tramposos y/o canallas, a elegir.
Pero
no es lo mismo (A. Sanz dixit) la persona que es vacunada en otro país de los que, AY, nos llevan la
delantera; y que, resolviendo su caso individual, ni retrasa ni estorba a las
demás, antes deja libre una dosis de las que aquí sean disponibles.
No
veo otra consideración neutral para este aspecto del asunto. Para las
encendidas reacciones en contra que profusamente han aflorado, refranero que es
el Hipocampo, puede que valgan lo del rábano por las hojas; lo del perro del
hortelano.
Puede
que ética e insolidaridad -en el “exquisito” despecho de los fariseos y los más bastardos manipuladores-
tampoco sean palabras precisas, como lo de “vacuna”.
En
cambio, todavía puede que haya otra: la envidia, que se ha definido como tristeza
(¿sería mejor inquina?) del bien ajeno.
¿Nos
lo pensamos?
Llamar vacunas a lo que sólo son medicamentos experimentales es un gran ejemplo de eufemismo para engañar. Si alguien quiere la "mía", una vez me toque, se la regalo encantado y que me dé las gracias por nada.
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