sábado, 26 de diciembre de 2020

El encuentro

 

Más de un año pasó.

Y ahora nuestro abrazo, tan en la puerta, largo, estremecido, me transmite tu pena.

Cada disgusto tuyo (los que supe: ¿cuántos, de no estar cerca, me perdí?) lo hice mío con la entrega, tan natural como poco razonable, que siempre me ha salido con tus cosas.

Que sea algo de huesos, de entretelas, del hecho milagroso que los académicos en su sillón y los científicos en su laboratorio llaman “genética”. No acabo de entenderlo pero ahí está, profundo, intenso, casi con su lado gracioso. Con más misterio, por cierto, del que atinen a conceder esos profesionales de las sabidurías. En fin.

 

Luego, arrasados tus ojos por las lágrimas, me refieres pormenores.

 

Paul Simon cantaba “the rock feels no pain, the island never cries”. De joven, procuraba yo suscribir con orgullo tal divisa; cuando fui madurando, asumí poco a poco la ternura; en esta edad presente, quizá he incorporado manchas de salitre, algún relievillo de piedra ostionera, de lo de aquí, de Cádiz.

¿Qué permanece cuando, de manera inexplicable y honda, nos conmueve una música? ¿Qué, cuando te digo que mis palabras de consuelo, lo sé, ayudan poco?

Igual ni sirve, pero no consigo

contenerme este llanto junto a ti.                                     

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