Desde
que te sientes ungido por el cargo, gradualmente has derivado el tono de la voz
y la aparente mesura de tu discurso de ahora hacia un estilo que imita (como
los bolsos de señora falsificados que venden los poligoneros o los del “manta”)
las maneras que el tópico asociaría a un abad injertado en bondadoso maestro de
escuela.
Con
ello procuras que los más desprevenidos, los más ingenuos y los más interesados
entren al trapo de tu ficción. Sólo que te desmiente el imposible olvido de tu
trayectoria y de las canallescas burradas – de palabra y de obra – que esmaltan
tu notoriedad deleznable.
Tampoco
ayudan, qué quieres que te diga, a tu quebradiza “performance”, ese vestuario pintoresco, esa “expresión corporal”
patibularia ni, desde luego, el reciente moño engarabitado que construyes con
la greña, dejándote en la ridícula vanidad de una prepotencia grotesca e
impertinente de repartidor de carnets de la inteligencia ajena, infladito de
disimulona superioridad por demostrar, que intenta apuntalarse con referencias
culturalescas a personajes históricos y con citas literarias que convendrá
suponer preparadas de antemano.
Con
ese garbo pisa, moreno, tu paso. Y por cierto… ¿en qué se te ha quedado aquello
de la casta?
Será la casta Susana?--maybe
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