¡Los
heraldos de la fama hacen resonar de nuevo sus bronces, tremolar sus albos y
gráciles gallardetes para festejar otra vez tu estela que otrora con profusión
protagonizaba los titulares de los más y los menos ilustres medios de difusión,
cuando eras el paladín admirable que habías encandilado de éxito, eficacia
empresarial, encanto personal incluso, a toda una generación que te encumbró
como a un emblema, a un líder de proyección y méritos espectaculares, oh Mario
invicto!
En
mi ánimo motivan estas nuevas una memoria de trances, de sucesos que ahora
ambos debemos examinar a la luz de la madurez viril y reflexiva que la vida y
sus enseñanzas han hecho crecer en nosotros.
Distantes
ya, tú y yo, que un tiempo glorioso fuimos inseparables, no supimos ni quisimos
renovar en sucesivas calendas los laureles y mármoles de nuestra amistad. Y
todo porque, a falta de otra causa, tu afición a la gomina capilar más clásica
tuvo que chocar necesariamente con mis frondas de guerrillero que terminabas desaprobando
con desdenes y acerbas críticas, a las que no pude por menos que oponer
criterios propios de independencia estética y algún que otro matiz irónico de
los que en mi sintaxis pocas veces faltan.
Aun
así, celebraré sin animadversión tu presente felicidad a la que los rumores
contemporáneos dan pábulo por mor de tu sentimental relación con una
aristócrata, ¿paisana mía por más señas?, que ojalá sea amante musa y compañera
de tus (lo que deseo) renovadas hazañas.
Ante
mis dioses lares y penates por ello hago votos y dejo aquí esta constancia
ilusionada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario