Los pocos transeúntes que por la acera pasan
en los atardeceres aquí, frente a la casa,
parecen, embozados en esas mascarillas,
la "blanca palidez" de una fría bombilla.
Un aura de lechuzas furtivas incorporan
en los vagos andares que propicia la hora;
y miran desolados la sigilosa estampa
del vigía varado que elabora su trampa:
El santo, al cielo; nubes de la imaginación.
Deriva de murallas, legendarias batallas,
prolijos pentagramas en los que el corazón
sus afanes declama...
Un búho. Atalayero -- ojo avizor constante --
en espera de un kraken que no aparecerá.
-- ¿Qué piensas, Hipocampo, en la barra de acero
que en las tardes de holganza da reflejos de espuma?
-- Las palabras que escribo con negligente pluma:
la añeja contradanza del vuelo de gaviotas
que, gritando sus notas, fijan la lontananza;
y una vana añoranza de ensueños embusteros
que trae la semblanza de un canto de arponeros...
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