El furor despechado de esa suerte de concubina de tu mala suerte (que ingresó suculentos dineros medrando a tu lado) queda como ejemplo de bajeza y de traidora ingratitud al denunciar las maniobras que precipitan tu descrédito y manchan, de manera quizá indeleble, tu expediente.
Clásica y cíclica, hasta en la literatura, ha sido la apresurada reacción de tus detractores, de tus enemigos quienes, jamás en este caso -- "por ser vos quien sois" --, tendrán en cuenta esa condición que a la carne y hueso que todos somos nos hace presa de las tentaciones, todas o casi. Y a ti, blanco preferente de la animadversión y la envidia de una legión que componen, en diversos porcentajes, fariseos, murmuradores, viejas del visillo, bocachanclas que azuzan a las masas, mercachifles de salón y en fin, toda la caterva hipócrita y vociferante de juzgadores sobrevenidos de repente, con las urgencias de exigirte la conducta intachable de la que sobrepasadamente ellos carecen.
Y hablando de porcentajes (y encajando lo utópico de la ética en estos tiempos desgraciados), no sé cuál sea el de tus comisiones: que habrá que suponerlas relativas al astronómico monto de los negocios gestionados y conseguidos; y cuyos beneficios a todos parecieron de perlas, como impulsores de la economía, el desarrollo, los puestos de trabajo y las cosas esas de las que siempre se habla y siempre hablan los que ahora callarán, escondidos. Los que saben, como seguramente sabemos, que también "por ser vos quien sois" las voluntades de los magnates internacionales, de los ceremoniosos y todopoderosos jeques del petróleo (porque les encanta presumir de lazos familiares y de abolengo histórico contigo, y puede que por nada más) se movieron en tu/nuestro favor.
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