Quienes hayan frecuentado, a lo largo de estos ya años, las vicisitudes que el Hipocampo expone, o de sí relata, saben ya de esa contienda formidable y desigual que, contra los insectos y similares, tenemos planteada. Alguna anécdota puntual se ha referido aquí con los pormenores que a la ocasión han correspondido.
Pues bien, en la línea de esa defensa, y como efecto colateral de las reparaciones recientes, se procede en estas fechas a la indesmayable restauración de mallas que repelerán con rigor e infranqueable método el atrevimiento insolente de según qué especies que serían invasoras si no encontrasen, para su indignada decepción, esa suerte de Muro de Adriano que con detalle minucioso programa y lleva a efecto Lady Taladro, con inventiva acreditada y brillante diseño.
Como otras veces, la acción externa desarrollada en las terrazas al mar no ha podido por menos que despertar la curiosidad (entre científica y asombrada) de un selecto número de transeúntes y de absortos y escasos vecinos que han permanecido en un respetuoso silencio, espectadores de cada evolución y cada magistral solución propuesta.
Pinche de esta cocina metafórica, y dentro de un cometido marcadamente subalterno, el Hipocampo ha hecho acopio religioso de virutas y otras muestras fehacientes de la actividad realizada, no descartando que los arqueólogos del futuro pueden estudiar a conciencia el hallazgo fortuito de alguna señal que el azar o la inadvertencia pongan a salvo del definitivo olvido.
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