¿Así que las mascarillas
eran una opción sencilla,
a elegir y declinable,
que el ciudadano feliz,
en su completo albedrío
y libertad indomable,
colocaría en su boca
y también en su nariz
como el curioso atavío
de una moda más bien loca?
¿Y ahora resulta que son
-- qué susto "pa" el corazón --
de lo más indispensables?
¿Cómo se puede mentir
con tamaña caradura
y querernos exigir
resistencias de faquir
y apoyo incondicional
a tan cerril aventura?
¿Hemos perdido el juicio
para tomarnos en serio
a este gobierno ficticio?
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