De íntima condición clásica y casi heráldicas lealtades, descree de la conveniencia de los cambios caprichosos, no justificados, que con tanta profusión caracterizan los tiempos frívolos que le ha tocado vivir.
Por otra parte, experimenta con cierta convicción el prudente apego a las tradiciones, a los ejemplos de bien que no faltan entre sus precedentes familiares.
-- O sea, ¿antepasados?
-- Me pareció demasiado solemne.
-- Pues bueno estás tú...
-- Déjame proseguir.
Así que las personas que lo conocen (o eso piensan), que de todas maneras no son muchas, saben de su teléfono móvil, adelanto tecnológico que incorporó de modo tardío, que presenta un formato sensiblemente superado en años sucesivos, y que a los más insolentes induce a veladas, aunque todavía amistosas, burlas; de su deportivo roadster dos plazas, cuyos relieves ya acusan alguna añadidurilla de óxido marinero; de sus veteranos zapatos con hebillas, pantalones multibolsillos y demás prendas no del todo verosímiles que pueblan su fondo de armario...
-- Un sí es no es excéntrico, ¿no?
-- O independiente. Y no te digo nada de su termómetro de medir fiebres catarrales, que eligió reproduciendo fielmente el modelo que en casa de sus padres siempre hubo...
-- ¿Ese, de vidrio, que se agita a pulso para que la columna de mercurio retroceda?
-- Exacto. Incluso conserva la cajita que lo contiene y que reza, de décadas atrás, el P.V.P. de 275 pesetas. Pero mira, hoy que es San Rodrigo, Maritere le ha prometido uno nuevo, de esos que dan el dato de forma instantánea, lo que transformará su vida, catapultándola por la vías lácteas de la modernidad.
-- Un caso, vamos.
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