No es imposible que los franceses tiendan en ocasiones a la sofisticación; y que ello ocurra sin que los hayamos provocado aparentemente.
Con esos mimbres, la clásica situación en que una madre y una hija se aman/odian, sus caracteres muy diversos y su todavía más diferente actitud frente a la vida se pueden transformar en un juego de espejos que se desplazan y en una cierta confusión si el rodaje dentro del rodaje duplica (y multiplica) los simbolismos y las alusiones. Añádase a esto la oblicua mirada oriental del director y no hay más que pedir.
Así que la Deneuve (veterana y decadente hermosura, melena rubia y egoísmos/divismos de implacable y tiránica actriz en retirada) y la Binoche (de belleza madura y "natural", independiente ya desde el despeinado cabello negro, resentimiento filial y comprensiva paciencia a ratos) ajustan o no sus cuentas pendientes, contrastando sus respectivos criterios, comportamientos, planteamientos y prioridades y comentando morbos del pasado, la velada muerte de alguna figura importante para ambas (que también sugiere una tercera en serena discordia, emergente actriz), mientras revolotea una tercera generación de niña en principio normal, si es que se puede en ese lío, y de niña ya intoxicada del mal escénico prematuro y redondean el retablo dos o tres elementos masculinos que bastante tienen con hacer de comparsas poco relevantes, un poco resignados sufridores, casi zánganos de esta colmena de desvaríos.
Un relato enredado. Porque "La verdad" parece tener más de una cara.
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