Y de otras cosas. Con su sello personal y acreditadísimo, Tarantino rubrica unos films que van creando escuela y que tienen mucha molla (más y mejor molla), al margen de su peculiar visión de la violencia.
La cinta que de él se proyecta en estos días tiene todos sus trazos magistrales y se diría que, de nuevo, da una lección redonda de aparente facilidad, con lo esquiva que es esa condición. Como durante el desarrollo casi no cabe un guiño más, nos pone en bandeja la conexión con una estética y una época cuyos relieves recuperamos ahora -- y no parece que nunca los hayamos perdido del todo --, avanzando el XXI, con complacientes y acaso respetables nostalgias.
Carteles de cuando entonces: ¿los jeans y las botas de James Dean en "Gigante"?; el "poster" de "Don´t make waves", peli con Sharon y canción del mismo título por The Byrds; "Mrs. Robinson", sonando again & again (y van varias); Dean Martin y sus comedias; alusiones a McQuenn, muy recreado en la escena de la fiesta, la gloria efímera de la propia Tate junto a Polanski, etc.
Y los actores. Al Pacino que sólo él llenaría una película entera; Brad, de más que segundo extraordinario; y magnífico, creciente, talento por los poros, DiCaprio.
Entre "cocktails margarita" y otras señales californianas, al final sobreviene el relato o el ensayo general, la anticipación de la atroz matanza que sacudió los medios de difusión y estremeció de horror a los públicos.
Nunca hay condenas suficientes para los criminales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario