De una de las "sobremesas conversadas" que ayer mencionábamos, proviene la anécdota que el Hipocampo relata ahora y que algún amigo vasco (no separatista, claro) le refirió pocos días ha, con ocasión de una visita y varios recuerdos compartidos.
Que el aroma que la envuelve incorpore pequeños, remotos y aun ingenuos ingredientes tiene que ver con una edad tierna y asombrada y con unos sueños que todavía iniciaban su camino de desvelos.
Viajero el vasco, más de medio siglo atrás, trasplantado por avatares de familia a uno de esos países efervescentes que hacen su historia en América del Sur, la motonave de la Transatlántica Española que lo llevaba a bordo hizo, entre otras escalas, una en Puerto Rico. Y del muelle, en paseo de curiosos, una mujer de unos treinta años y su hija, que no tendría más de diez, subieron al barco y por casualidad se quedaron contemplando al chaval absorto que, a sus dieciséis, ya andaba tocado de la retórica que hace musas a las medusas y las sirenas.
Y -- así lo cuenta ahora mi visitante y veterano amigo -- sin transición y de manera inesperada se le acercaron y la madre, con un gesto (caricia o beso que fuera) y el seductor acento de los trópicos, le dijo "Dios lo bendiga", sonriente y tan hermosa como el vasco de hoy cree que la vio el joven de entonces.
El Hipocampo, que no conoce mal la magia de esas tierras lejanas y de esas situaciones, lo escucha contar, atento a las palabras y las sugerencias que acaso remueven más vínculos de los que a simple vista podría parecer.
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