Aristocrático desdén
exhiben los barcos de vela:
son balandros y similares
que surcan con fina elegancia
estas ondas por estos mares.
(Y os anticipo ya el propósito
de escribir hoy versos traviesos
que cabalgan con ritmos insólitos
y liberales en exceso.)
Los bañistas, desde la arena,
los contemplan con envidieja
mientras el sol, sobre los ojos,
consigue que frunzan las cejas.
¿Son acaso de otra estirpe
esta flor y nata distante,
quizá vikinga por su origen
tan intrépido y navegante?
Quizá son pijos solamente
que juegan a ser Magallanes
por deslumbrar ingenuamente
a los acalorados galanes
que presumen sobre la playa
con cuidados "cuerpos danone":
las sombrillas y las toallas
y los selfies con su rondalla.
Con frívolas líneas entrego
este "blog" a vuestra lectura;
y podréis afirmar con razón
que este calor me desfigura
y, otras veces, me trivializa.
No hago caso mayor al reloj:
sólo a la brisa.
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