Aguijoneado, una vez más, por las lecturas y relecturas de las obras de Fernando Quiñones, me vengo a pasear Cádiz, procurando fijar los rincones, las calles, los lugares que el maestro cita, observando con ojos atentos y concentración de señor mayor la Caleta y su playa pequeña, el parque, la Viña y el Campo del Sur, las fachadas, tantos sitios que él se sabía como si los hubiera parido y los quería a más no poder.
Vicariamente, presiento la fascinación y el amor -- y el desconsuelo de las destrucciones -- que él experimentaba, y pido perdón por mi atrevimiento.
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