Si la Esfinge, permanencia, poder y fuerza extraordinarios, también va rindiendo sus estandartes a la paulatina, aunque inexorable, destrucción del Tiempo, qué menos que este cónclave, de veteranía tan menor, acuse su propio y desconcertante deterioro. ¿Acaso décadas apenas tendrían que respetar esencia que tan moderados relieves presenta, tanta contingencia impermeable al rito, a los eternos retornos, a los "trilurites"?
Nos miramos de frente (y observamos de reojo) alrededor de la mesa, corte de comensales, mientras van y vienen algunas anécdotas que ya revisten presuntuosa categoría de leyenda, no exentas de humor, algo desvaídas acuarelas de surrealismo, añadiendo la flexible comprensión que la memoria amistosa reclama.
Evaluando las señales, los discretos subterfugios que matizan gestos, recuerdos, complicidades, secretos incluso a voces a los que casi no se hará alusión que no sea tangente, velada; eludiendo lo que Cortázar apuntaba de soslayo en un relato suyo, sobre "la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo la ropa y el alma..."
¿Será (también del finado Julio, con la argentina desenvoltura literaria de su talento y su arte, a cuestas siempre) verdad esa opción que "lleva en tiempos de corrupción y venalidad a refugiarse en una finca solitaria, entre libros y flores más puros que nosotros"?
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