La "minicumbre" (u otro nombre tonto
que quieran enchufarle al paripé)
los deja por lo pronto
con sendas caras de papier maché
o de un rudo cemento que no evita
ese ridículo de sodomitas.
Y el espeso refrito
en que nuestra política convierten
entrambos mequetrefes aturdidos
tiene un sordo trasfondo de graznidos
y un diseño como de mala muerte:
un dúo repelente de cabritos.
Las cosas de comer siguen pendientes
y seguirán así, en tanto en cuanto
estos dos piojosos presidentes
se disputen el armiño del manto.
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